lunes, 10 de febrero de 2014

Polvo y ansiedad

Miro alrededor.

"… y en polvo te convertirás." 

Cosa que pienso y me la creo. Rodeado en la obra de polvo, cubierto y lleno de eso que da forma a la casa. Polvo en presentaciones diversas y muy bonitas. Al final esta casa será polvo y yo en otro lugar seré lo mismo. La misma sustancia, sustancia de otra cosa nueva ojala… ojala no pronto. Eso no lo sé. No sé porque pienso estas cosas en el trabajo, pero las pienso. No quiero pensar tanto.

Pero pienso más de lo que debo. Y luego viene la ansiedad. La ansiedad me quiere abrumar. "Ansiedad tonta y absurda. No tiene sentido" me digo para tratar de convencerme. Lo es. No debería de darle vueltas a ese asunto, no debería, no debo. Los problemas de otros no son mi problema. Mis problemas son mi problema. Pero, en ese afán de querer a alguien ¿qué tanto me deben preocupar los problemas de otros? Lo suficiente. "Ni tanto que te preocupe o te quite el sueño, ni tan poco que te valga madres" Pienso. Los problemas de otros los otros deben resolverlos. Pero el lío es que me da por intervenir, meter mi cuchara y hacer de las mías. Al final sé que no gano nada, sólo me genero conflictos y eso. Sirve de nada. Y me doy zapes por idiota. Dejo de pensar un rato por lo menos.


Pasa un rato, sigo pensando y acumulando polvo como un mueble viejo. Sereno como un mueble viejo, igual más tranquilo (¿Qué pensará un mueble viejo? Tonterías). Lidiar con la ansiedad propia es prácticamente lidiar con un doppelgänger de uno mismo. Uno de varios, de tantos. Muchos de uno mismo en uno mismo. Y qué lata.

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