Miro alrededor.
"… y en polvo
te convertirás."
Cosa que pienso y me la creo. Rodeado en la obra de
polvo, cubierto y lleno de eso que da forma a la casa. Polvo en presentaciones
diversas y muy bonitas. Al final esta casa será polvo y yo en otro lugar seré
lo mismo. La misma sustancia, sustancia de otra cosa nueva ojala… ojala no
pronto. Eso no lo sé. No sé porque pienso estas cosas en el trabajo, pero las
pienso. No quiero pensar tanto.
Pero pienso más de
lo que debo. Y luego viene la ansiedad. La ansiedad me quiere abrumar.
"Ansiedad tonta y absurda. No tiene sentido" me digo para tratar de
convencerme. Lo es. No debería de darle vueltas a ese asunto, no debería, no
debo. Los problemas de otros no son mi problema. Mis problemas son mi problema.
Pero, en ese afán de querer a alguien ¿qué tanto me deben preocupar los
problemas de otros? Lo suficiente. "Ni tanto que te preocupe o te quite el
sueño, ni tan poco que te valga madres" Pienso. Los problemas de otros los
otros deben resolverlos. Pero el lío es que me da por intervenir, meter mi
cuchara y hacer de las mías. Al final sé que no gano nada, sólo me genero
conflictos y eso. Sirve de nada. Y me doy zapes por idiota. Dejo de pensar un
rato por lo menos.
Pasa un rato, sigo
pensando y acumulando polvo como un mueble viejo. Sereno como un mueble viejo,
igual más tranquilo (¿Qué pensará un mueble viejo? Tonterías). Lidiar con la
ansiedad propia es prácticamente lidiar con un doppelgänger de uno mismo. Uno de
varios, de tantos. Muchos de uno mismo en uno mismo. Y qué lata.
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